El sentimiento universal del músculo: César Vallejo y la competencia deportiva (Ensayo por Luis Alberto Castillo)

Además de ser, posiblemente, uno de los poetas más importantes para latino américa, César Vallejo es ampliamente conocido por sus crónicas. En "El sentimiento universal del músculo", Luis Alberto Castillo ensaya sobre el interés de  Vallejo en abrir diálogos sobre política y moral a partir de la forma de abarcar el deporte en sus crónicas, cuando los reportes  de la época solo se limitaban a ser elogios del cuerpo y el músculo.


A David Sobrevilla


En una crónica del 19 de agosto de 1927, Vallejo señalaba que “ningún escritor goza, al tratar del aporte vital del sport, de la palabra justa y del acento justo[1] (Vallejo 2002:450). Para entonces los estudios en torno al fenómeno deportivo eran todavía escasos y lo que abundaba era una suerte de literatura sportiva preocupada principalmente por celebrar la velocidad y el músculo propios de los nuevos tiempos. Una mirada atenta sobre las crónicas y ensayos de César Vallejo puede mostrarnos cómo es que el poeta no solo fue bastante crítico con ese tipo de literatura, sino que realizó un intento por pensar el deporte en relación a sus contenidos ideológicos y sus repercusiones morales al interior de la sociedad contemporánea.
Sin embargo, pese a la recurrencia y alto vuelo especulativo de las referencias que hiciera Vallejo en torno al deporte, estas no solo no han despertado mayor interés por parte de la crítica, sino que han sido ignoradas cuando no sometidas a interpretaciones muy generales. De ahí que la presente investigación pretenda establecer no solo la presencia de una temática, sino la importancia de la misma para una comprensión más amplia de la obra y el pensamiento del poeta. En las siguientes páginas, trataré de poner en evidencia cómo es que, en su producción periodística y ensayística, Vallejo nos lleva a reflexionar en torno a la competencia deportiva y su relación con los sistemas político-económicos dominantes en las primeras décadas del siglo XX. Se analizarán, por un lado, las críticas al tipo de competencia que promueve el deporte de la sociedad burguesa, que ha establecido al récord como criterio de vida; y por otro, se esbozarán las esperanzas de una rectificación del espíritu deportivo y de lo que Vallejo reconoce como el sentimiento universal del músculo del hombre al interior de la sociedad socialista.
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La preocupación vallejiana por el sport, más allá de la evidente inquietud por la corporalidad presente en Trilce, se puede rastrear desde sus primeras crónicas parisinas de 1924, aunque aún de modo muy insipiente. Así, por ejemplo, en febrero de ese año, en una crónica llamada Cooperación, Vallejo desatará su furia frente a lo que él reconoce como un boicot hacia el continente (latino) americano; señala cómo es que en el medio año que lleva en París ha visto informaciones diarias y nutridas acerca de Nueva York (incluso Le Figaro dedica una página semanal íntegra a Norteamérica), pero que jamás ha visto rotativo alguno que dé la más mínima noticia sobre Latinoamérica. Ante esto Vallejo se pronunciará: “¿Solidaridad? ¿Cooperación? Cooperación de cancillerías, protocolo de convenciones menudas y siempre en provecho de Europa. ¿Cooperación? Ya la suscitaremos algún día a puñetazos. Fomentemos en tanto la firpería o cría de Firpos[2]. Y ya verá Carpentier[3]. ¡Bajo Imperio! ¡Aquí estamos los bárbaros!” (Vallejo 2002a:43). La cita resulta interesante porque a pocos meses de la denominada Pelea del Siglo, en la que el boxeador argentino Luis Ángel Firpo sacó del ring de un desprolijo golpe de derecha al Campeón Mundial de los Pesos Pesados, el norteamericano Jack Dempsey, Vallejo reconoce en el deporte – en este caso en el box – un espacio simbólico de posible reivindicación política de los países oprimidos frente a las grandes potencias económicas. Asimismo, en su ofuscación – debido a la hipocresía europea que pretende ignorar al continente latinoamericano “cuando en verdad, le está observando de soslayo en sus menores gestos, y le teme y hasta le sueña de puro miedo” (Vallejo 2002a:43) –, Vallejo plantea la necesidad de formar individuos entrenados en el arte de dar puñetazos como única vía para hacer respetar nuestra presencia y propiciar así la cooperación universal.
Otra referencia temprana al deporte estará en una crónica de marzo denominada Salón de Otoño. Hacia el final de la misma, luego de severas reflexiones sobre el arte contemporáneo en el que se reconoce el espíritu atlético y de movimiento que lo inspira, Vallejo repara en una tela en que Cristo camina hacia el Calvario, pero que “no parece que va hacia el cruento sacrificio católico, sino en una gran marcha de resistencia con obstáculos; tal es su expresión de héroe del músculo y… del dólar” (Vallejo 2002a:46). Es importante señalar que no habría que tomar esta referencia como un simple comentario irónico sobre lo que ofrece el arte contemporáneo, sino que la misma está íntimamente ligada a lo que podríamos denominar una nueva mitología del cristianismo sustentada en el deporte en donde el sacrificio toma la forma de esfuerzo y la gloria se transfigura en triunfo. Una concepción muy similar es precisamente la que está detrás de los afanes del fundador de los Juegos Olímpicos, Pierre de Coubertin, el cual se adhirió a la doctrina del cristianismo muscular que entendía a la fe como una suerte de atletismo espiritual y que buscaba la perfección a través de las virtudes de la disciplina deportiva. Años atrás, Alfred Jarry había publicado un cuento de inspiración similar al comentario de Vallejo llamado La Pasión considerada como una carrera de montaña (1903) en el que Jesús parte del Palacio de Pilatos montado en una bicicleta con marco en forma de cruz – no sin antes recibir los respectivos latigazos, como era costumbre en aquella época, según señalara el cronista deportivo San Mateo (“el látigo era a la vez un estimulante y un masaje higiénico”). Se incluye en la narración el pinchazo por espinas del neumático delantero de la máquina (que obliga a Jesús a llevar el marco sobre sus hombros), las tres aparatosas caídas en las curvas de la dura subida al Gólgota y el momento en que la reportera Verónica, con su Kodak, toma una instantánea del rostro de Jesús que terminará dando la vuelta al mundo[4].
Hacia 1925 la preocupación por el deporte empezará a tomar una forma más profunda y crítica, desbordando hacia temas diversos, cómo en la Crónica de París en que Vallejo presenta de manera irónica la propuesta – y las respuestas y consecuencias de la propuesta – del señor Citroën de que durante la Exposición de Artes Decorativas se ilumine toda la Torre Eiffel con su apellido y marca de sus novísimos automóviles, lo cual terminó llevándose a cabo y significó sin duda un hito para las posibilidades de la publicidad en el espacio público . Sin embargo, será hacia 1926, en consonancia con la aproximación de Vallejo al marxismo, que el tema del deporte tomará un papel fundamental en las reflexiones del poeta con relación a la sociedad, la cultura y el desarrollo de su propia estética.
Al sondear los influjos del deporte en la vida de los hombres, Vallejo habrá de señalar cómo es que a través de éste se ha establecido al récord como criterio de vida; es decir, encuentra que en la sociedad moderna ha logrado establecerse el criterio de la cantidad, de forma tal que “la calidad de los actos queda completamente fuera de la vida, o si ella entra para algo, es siempre para medirla por el sistema métrico decimal” (Vallejo 2002a:476). Así, todo queda reducido a ser apreciado cuantitativamente, incluso la bondad, el dolor o la belleza. La vida ha sido convertida en un match en el que se produce una desvitalización de la vida. La búsqueda descarnada de récords ha impuesto una serie de nuevas prácticas sociales que rozan el absurdo y que Vallejo sintetiza, no sin ironía, en el siguiente pasaje: “¡Quién vuela más lejos! ¡Quién da mejores puñetazos! ¡Quién nada más! ¡Quién bate el record de velocidad, de duración, de altura, de peso, de resistencia, de intensidad! ¡Quién hace más dinero! ¡Quién danza más! Record de ayuno, de canto, de risa, de matrimonios, de divorcios, de asesinatos, etc.” (Vallejo 2002b:479). Tales palabras se encuentran no solo en una crónica que lleva por título La vida como match – publicada en la revista Variedades hacia 1927 (aunque con algunas pequeñas variaciones con respecto a la cita) –, sino que aparecen también en Contra el secreto profesional, al interior de un breve ensayo titulado Concurrencia capitalista y emulación socialista. Lo que la cita nos presenta es cómo el desborde de la búsqueda de récords en distintos ámbitos de la vida ha llegado a alcanzar formas miserables, ya que no se trata únicamente de que un aviador vuele por hacer lo que los otros aviadores no han hecho todavía – antes que por “una natural y libre vocación de vuelo” – sino que puede ocurrir que el asesino mate no ya por un ataque de pasión o locura, sino por hacer lo que los otros asesinos aún no han intentado.
Pero hay otro aspecto fundamental de la cita que tiene que ver con su vinculación al lema olímpico “Citius, Altius, Fortius” (más rápido, más alto, más fuerte), el cual fue usado por primera vez, precisamente, en las olimpiadas celebradas en París en 1924[5]. Pareciera que Vallejo nos presenta su propia interpretación de lo que tal lema ha hecho con la vida en sociedad, en la cual el criterio de cantidad es el dominante y “el menor acto del hombre es un duelo, tácito o expreso, con el semejante de su prójimo” (Vallejo 2002a:476). Ante esa ética cuantitativa Vallejo sostendrá lo siguiente:
“Yo no vivo comparándome a nadie ni para vencer a nadie y ni siquiera para sobrepujar a nadie. Yo vivo solidarizándome y, a lo sumo, refiriéndome concéntricamente a los demás, pero no rivalizando con ellos. No busco batir ningún récord. Yo busco en mí el triunfo libre y universal de la vida. No busco batir el récord del hombre sobre el hombre, sino la superación, centrípeta y centrífuga, de la vida. Una cosa es el record de la vida y otra cosa es el triunfo de la vida.” (Vallejo 2002b:477)

El análisis se hará más complejo cuando alcance a decir que tal espíritu del match y el record nos viene del taylorismo, por el deporte, y ofrece “los mismos vicios y contradicciones del sistema capitalista de la concurrencia general” (Vallejo 2002b:479). Un dato de la biografía del economista norteamericano puede resultar bastante interesante en relación a esta cita. Suele decirse que, ante la imposibilidad de participar de los juegos debido a su fragilidad física y escasa visión, Taylor se interesó por la determinación científica de cómo alcanzar el mayor grado de eficiencia en las competencias deportivas. De ahí que no solo se haya preocupado por la estandarización del trabajo, sino también por el desarrollo científico del rendimiento físico y de las herramientas utilizadas tanto por deportistas como trabajadores[6].

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[1] No habría que tomar a la ligera el que Vallejo haya recurrido a esta fórmula de la palabra justa y el acento justo para criticar la poca reflexión en torno a los influjos del deporte en la sociedad contemporánea. Jorge Puccinelli ha insistido, al tratar de rastrear las claves de la estética vallejiana durante la estancia europea del poeta, en que aquella frase se convierte “en un pensamiento rector en su vida y en su obra, acerca del cual no ha reparado la crítica, no obstante que se repite como un ritornelo en diversos artículos y crónicas  y que configura, por la profunda consonancia que encuentra en su espíritu, el punto de partida de una nueva orientación de su arte” (Vallejo 2002: XXXIX).

[2] Luis Ángel Firpo, boxeador argentino que protagonizó la primera Pelea del Siglo frente al campeón norteamericano Jack Dempsey en 1923. La anécdota central de la pelea es que en el primer round Firpo sacó a Dempsey del ring de un derechazo, lo cual debió haberle dado la victoria, ya que el campeón fue ayudado por periodistas y el público a reincorporarse y volver al ring después de quince segundos. Sin embargo, la pelea continuó y en el segundo round Dempsey ganó por nocaut. En El noble arte Cortázar señalaba al respecto: “Sí, Firpo tuvo su hora inmortal de tres minutos y además reglamentariamente ganó la pelea, pero con esa manía que tiene la verdad de suplantar a la ilusión, en los otros tres minutos Dempsey demostró hasta qué punto era capaz de resistir el doble efecto de un uppercut seguido de un viaje de ida y vuelta al ring side, y empezó a demoler la pared de ladrillos hasta no dejar más que un montoncito en el suelo con quince millones de argentinos retorciéndose en diversas posturas y pidiendo entre otras cosas la ruptura de relaciones, la declaración de guerra y el incendio de la embajada de los Estados Unidos. Fue nuestra noche triste”.

[3] Georges Carpentier, boxeador francés de los pesos pesados y semipesados. Protagonizó una memorable pelea por el título mundial de los pesos pesados en 1921 contra Jack Dempsey; sin embargo, nunca pudo hacerse del cinturón, pese a haber conseguido el título mundial en los semipesados y haberse consagrado campeón de Europa en los pesos completos.

[4] Acá pueden leer el cuento de Jarry (en una traducción algo defectuosa): https://lecturaserrantes.blogspot.com/2008/09/la-crucifixin-considerada-como-una.html

[5] Puede no ser un dato menor para la aproximación de Vallejo al fenómeno deportivo, el hecho de que ya vivía en París para cuando se celebraron las Olimpiadas de 1924.

[6] “La imagen de Taylor como adolescente es antipática. De débil constitución física y con una visión muy deficiente, no podía participar en los juegos organizados por sus compañeros, juegos americanos típicos: el tenis y el beisbol. Obligado al degradante, para un muchacho, papel de espectador, dedicó su mente - ya que no su cuerpo, en forzosa inactividad- a concebir cómo mejorar el rendimiento del esfuerzo físico derrochado por los jugadores mediante un diseño más adecuado de los instrumentos por ellos utilizados. Así, Construyó una raqueta en forma de cuchara que, por lo visto, permitía dar más fuerza a la pelota que las corrientemente en uso. Tan considerables debían ser sus efectos, que la federación u organismo similar se apresuró a prohibir su empleo. En cuanto al béisbol, también dibujó un palo más adaptado al fin perseguido: enviar lo más lejos posible la pelota. Según parece, en esta ocasión tuvo más suerte, porque la propuesta prosperó y fue aceptada por los organismos rectores de este deporte, de manera que los palos que hoy en día se ven en los campos donde se practica, responde al diseño de Taylor. Es fácil suponer que este esfuerzo analítico y racionalizador despertara muy pocas simpatías entre sus compañeros. Uno de ellos, refiriéndose a Taylor escribió: ‘Era un poco latoso. Nosotros no juzgábamos en absoluto necesario que nuestro terreno de juego fuera un rectángulo perfecto y que una hermosa mañana de sol fuera derrochada para medirlo en pies y en pulgadas. Era también de una severidad inexorable en la observación de las reglas del juego. Incluso un juego de criquet representaba para él una fuente de estudio y de análisis; medía los ángulos de las distintas tiradas, los efectos arriba y abajo, etc.’" (Taylor 1970: 9-10)


Luis Alberto Castillo (1987) Filósofo de la Pontificia Universidad Católica del Perú, egresado de la Maestría de Literatura Peruana y Latinoamericana de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Profesor universitario y miembro del Colectivo de Poesía Ánima Lisa. Ha publicado el libro “La máquina de hacer poesía: imprenta producción y reproducción de poesía en el Perú del siglo XX”. Actualmente dirige Pesapalabra, boletín de poesía y crítica, y el Taller Tipográfico "La Balanza".

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