Fue un ajusticiamiento - Joaquín Escobar
Me
llevó un año preparar este ajusticiamiento. Jamás lo comenté con alguien. De
este hijo de puta me quise encargar yo solo. Una madrugada dejé mi casa. Armé
una mochila y me fui. Nunca volví. Tenía la certeza de que nadie preguntaría
por mí. Abandoné a mi madre con alzhéimer y me escondí en una pieza de calle
Lord Cochrane. Dejé mi trabajo de cajero de un supermercado y comencé a vivir
de mis pocos ahorros. Muchas veces escarbé en la basura por rastros de comida.
Una noche me comí las vísceras de un gato muerto y las acompañé con salsa de
tomate para que no fuese tan grotesco. Se quedaron atrapados en mi lengua un
par de pelos, el resto no fue tan asqueroso como pueden llegar a pensar. Podría
no haber pasado tanta hambre, pero gran parte de mi dinero lo destiné a la
operación. Me compré una pistola en una armería del Paseo Bulnes. El anciano
vendedor me dijo que perteneció a Abimael Guzmán, que la tenía en su escritorio
cuando lo tomaron preso. Cuando me preguntó para qué quería el arma, le dije
que con ella me volaría la tapa de los sesos durante la madrugada. Robé de un
centro comercial una cámara de fotos. Me costó aprender a utilizarla, un manual
en coreano no fue de mucha ayuda. Con ella fotografié a sus hijos, a su mujer,
a su amante, a sus amigos. Adquirí mapas de las calles de Santiago. Conocí
hasta los pasajes más recónditos que circundaban a su hogar. En avenida
Independencia compré telas para construir disfraces. Fui payaso, hombre-lobo y
bombero: todo con el fin de espiarlo. Incluso pude entrar a su casa. Disfrazado
de Pedro Picapiedra animé el cumpleaños número doce de una de sus hijas.
Estaba
todo el día pensando en aniquilar a mi objetivo. Solamente me distraía leyendo
novelas de Roberto Arlt y viendo películas de Dick Tracy en un abandonado cine
barrial. Sufrí una transformación física. Me corté la barba, me dejé crecer las
patillas y me engrasé el pelo. Adelgacé veintisiete kilos, parecía un perro
callejero, se me veían las costillas. Para acelerar el proceso de
adelgazamiento me tomé un laxante todas las noches. Cagaba todo lo que había comido durante el
día: tenía que rozar la desnutrición. Con una plancha hirviendo me quemé mi
mejilla derecha. Me pasé la mitad de una botella sobre la quemadura para cortarme
y modificar completamente mi cara. Me convertí en un cirujano plástico casero,
en un Frankenstein autodidacta.
Durante
meses tomé una micro hasta su casa. Vestido como deportista daba vueltas a la
manzana para conocer sus horarios. Averigüé que salía de su hogar todos los
días a las ocho de la mañana. Iba a dejar a su hija al colegio, después partía
a su trabajo. Me hice pasar por cartero. Necesitaba conocer sus gastos e
ingresos. Quería saber cuánta plata había recibido por el daño que nos había
hecho. En una pared de la pieza tracé el operativo. Reconstruí sus itinerarios
y recorridos; pegué sus cuentas de electricidad y agua. Me sentí como un
químico que prepara fórmulas para llegar a la ecuación final. Caminé por las
calles fumando y enumerando cada detalle. En unos periódicos que encontré en la
basura, hablaban de una anciana que fue hallada muerta después de meses de
descomposición: era mi madre; su recuerdo lejano ni siquiera me provocó pena.
La
prueba final, antes de cometer el asalto, sería ir al supermercado donde había
trabajado. Gran parte de mis días los había desperdiciado allí, por ende, si
nadie me reconocía era el momento de dar el golpe definitivo. Estaban todos: El
grillo, Kruchosky, El beno, La pelusa. Compré unos embutidos y los pagué en la
que fue mi caja. Nadie me reconoció, nadie sospechó. Al salir vi un ajado
letrero con la que fue mi cara, se me sindicaba como persona desaparecida.
El
plan salió tal como había sido estudiado. Su auto frenó en la esquina de
siempre. Yo estaba disfrazado de mimo. Le pegué cuatro balazos. Dos fueron por
los jugadores que nos expulsó. Los otros dos por los evidentes penales que no
quiso cobrarnos.
*Cuento Fue un ajusticiamiento pertenece al libro
Se vende humo (Narrativa Punto Aparte 2017).
+Joaquín Escobar (1986). Escritor, sociólogo y magíster en literatura latinoamericana. Reseñista del diario La Estrella de Valparaíso y de diversos medios digitales, es también autor del libro de cuentos Se vende humo (Narrativa Punto Aparte, 2017).
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