Perder de visita: la final de Copa Chile 2018

El título de Palestino se celebró con todo en Palestina

Por Nicolás Meneses


Hace doce años que Audax Italiano no juega una final. No sé si el dato es certero, pero mi primo, hincha hace varios años y gran estadista, me lo dice. Él fue quien me invitó a ir y quien llamó para pedirme los datos y comprar las entradas por internet. Las de tribuna preferencial, que valían 10 lucas, se acabaron apenas en media hora y, al rato, subieron más entradas para visita, pero en galería. Mi primo me dijo que nos íbamos a cagar de calor, pero no quedaba otra. La final se iba a jugar en el Estadio Municipal de La Cisterna con un marcador 1-0 en contra. Íbamos con la fe de un milagro y de un buen espectáculo. 

No recuerdo en qué año me hice hincha de Audax. Debió ser por el 2007-2008, en las campañas donde los de La Florida peleaban codo a codo el campeonato con el Colo Colo de Borghi. No heredé el fanatismo por ningún equipo, así que cuando pude tomar una decisión, me incliné por lo menos obvio: un equipo chico, pero con garra. Un elenco que encarnara la narrativa del más débil, pero que no lo fuera tanto: que luchara. Creo que sigo siendo un romántico y no me arrepiento de esa elección. Fue lo más parecido a hacerse hincha de la selección chilena antes de las Copas América: prepararse, sobre todo, para perder, pero estar ahí. Recuerdo partidos memorables, verdaderos espectáculos. Campañas dignas de un título. Jugadores y camisetas. Ahora me impresiona el estupor de los amigos cuando preguntan de qué equipo es uno y contestarles de Audax. Y tener que dar explicaciones de eso.   

Llegué con mi primo al estadio ocultando la vergüenza y el recato del hincha aparecido y oportunista, ese que espera a que su equipo llegue a instancias decisivas para ir a alentarlo. Pero la verdad es que dejé mi fervor por el fútbol hace un par de años, cuando me cambié de Buin a Valparaíso. Mis años liceanos fueron los más intensos futbolísticamente y mis años liceanos de tan lejanos y diferentes, parecen otra vida. Me sigue gustando caleta el fútbol, pero no para ver todos los fines de semana a un equipo o varios equipos jugar por el CDF o ir al estadio a alentar como lo hacía antes. Prefiero los pequeños eventos que sé no me defraudarán: soy mucho más exigente con mi tiempo. Y con los espectáculos. Mi pudor se acentuó cuando en la galería una hincha vociferó a mi espalda “hay gente que nunca había visto en mi vida y eso que he viajado a un montón de partidos”, medio en tono de reproche, pero también de superioridad. Ahí estábamos los desconocidos con camisetas de campeonatos exitosos, nunca de uno malo o regular. Solo nos aparecemos ahí, cuando las estrellas están cerca, como polillas atraídas por la luz. 

Llegamos justo. Apenas vislumbramos la cancha y avanzamos a ubicarnos. Palestino metió el primer gol. Matías Campos López a los 03’, un canterano de Audax que igual celebró la diana. El ánimo se apagó, fue como si la fiesta hubiera terminado con nuestra llegada. La galería norte era para la visita, todo el estadio para el local. En tribuna cordillera, detrás del estadio, dos grúas levantaron un descolorido y magullado lienzo con los colores árabes. Mi primo me dijo que es raro que les hayan dejado entrar un bombo: todo el partido se sintió una banda en la hinchada rival. Los pacos rodeaban todo, desde las entradas, la subida a galería y los pasillos traseros por donde se iba al baño. El ambiente fue tranquilo, recordé uno de los eslóganes de una camiseta de Audax “Patrimonio de la familia”. Miramos el partido, en la final de Copa Chile no cuentan los goles de visita, por lo que solo estábamos a dos de irnos a alargue. No era imposible. A Unión Española le pasamos por encima de ida y vuelta. Sergio Santo en el área es letal. Botinelli puede estar iluminado. Pero “los tanos” no lograron desequilibrar y el partido se volvió cuesta arriba. Recién en el último cuarto del primer tiempo se volvió intenso. Audax se acercó. Estábamos frente al arco de Palestino. Los hinchas verdes insultaban al arquero rival, le gritaban: “zanahoria culiao, apura la hueá”. El arquero demoraba todos los saques de fondo. Con mi primo seguíamos el coro y acompañábamos con las palmas algunos cánticos, pero nunca tomaron intensidad. Hasta que Bosso desbordó y centró para que Santo la mandará dentro de un zurdazo. Gol, gooool, ¡gooooool conchetumare! 

Los de Juan José Ribera se vinieron encima al final del partido. Y no faltó mucho para que cayera el segundo. Y la galería se volvió una fiesta. Grité como hace tiempo no lo hacía. Casi quedé afónico. Eso había ido a ver: una remontada épica. Un clásico de colonias en llamas. Pero Audax no estaba jugando bien. Los contragolpes de Palestino algo avisaban. Terminó el primer tiempo. Fuimos al baño a buscar agua. A conversar. 

En el kiosko no podían vender botellas de agua mineral con tapas. Estaba prohibido. Te pasaban el envase destapado. A lo lejos vi a una compañera de universidad. Quise saludarla, pero en el tumulto se me perdió. Mi primo saludó a Zunino, un infaltable. Amable, le daba la mano a todo aquel que pillaba enfrente y lo reconocía. Nos cambiamos de locación, nos fuimos a otra galería más vacía, justo en la que estaba Zunino. Nos quedamos en el asiento más alto, teníamos el arco propio al lado y el rival en el otro extremo. El sol nos golpeaba de frente. A pesar de ser un partido histórico para ambos clubes, el estadio no estaba lleno. Nos sentamos expectantes. No había tanto ruido, los cánticos no llegaban donde nos habíamos ubicado. La locación era más acorde con el tipo de hincha que era. Me sentí más tranquilo. Me concentré en el partido hasta la contra de Palestino y el golazo de Lucho Jiménez. Golazo. ¿Cómo chucha? Se fue solo y le pegó de media distancia. Solo atiné a putear al aire. Y Audax se quedó sin ideas. Comencé a abollar la botella de agua mineral entre mis manos. A veces golpeaba el concreto para armar un cántico. El tiempo pasó lento. Me distraje mucho con los drones y palomas que volaban por el cielo raso. El sol se había apaciguado un poco. Palomas y drones en la final, ¿quién ganará? Le fui a las palomas. 

No me fui enojado. No hubiera podido. Lo sentí patudo. Me alegré, de hecho. ¿Quién no quiere a Palestino?, le pregunté a un amigo al que le conté que fui a ver la final de la Copa Chile. Él me dijo: los judíos. Tenía razón. En LUN me encontré con esta carta al director:

CARIÑO POR PALESTINO

El campeonato logrado por Palestino ha vuelto a poner en primera línea el enorme afecto y simpatía que todos los hinchas del fútbol le tienen a este noble equipo, sea cual sea el club de sus amores. Miles de mensajes reflejan que Palestino es un club sumamente querido en Chile y el mundo entero. Palestino no tiene archirrival, ni un clásico destacada, ni cánticos en contra, menos un equipo que le desee mal. Los hinchas rivales siempre se han manifestado en favor de la causa que representa este lindo club. Palestino es el reflejo de la gran amistad y admiración mutua entre el inmigrante árabe y el pueblo de Chile. Es un cariño natural: el turno, el paisano, el primo, el tino tino, la alegría, la comida, el baile, el compañero, el amigo, el hermano. Palestino es una familia y Chile su hogar. Querido Palestino: felicitaciones desde Chile y Palestina. 

Cristian Gidi Lueje. LUN martes 20 de noviembre. 
  

Recordé que dos de mis excompañeros de pega eran de Palestino. Ambos tenían ascendencia árabe. Uno, incluso, se había tatuado el escudo del club en el antebrazo. Palestino no tiene archirrival en el fútbol chileno, ¿para qué? Todos deberíamos alegrarnos por esa bella final, tanto los hinchas de equipos chicos, como de los ganadores. 




Nicolás Meneses (Buin, 1992) 


Ha publicado Camarote (Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2015), Panaderos (Hueders, 2018) y Reencarnación (Jámpster ebooks, 2018). Becario de la Fundación Neruda (2016) y del Fondo del Libro y la Lectura (2015, 2018). Ha ganado diversos concursos literarios, entre los que destaca el Premio Roberto Bolaño en cuento (2017).

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