Esquá (Poema de J.P. Rodríguez)




Cuando dos raquetas se enfrentan a la pared prediciendo la velocidad, trayectoria o curvatura de la pelota. La pelota, esquiva como el buen poema, toma su curso y los ojos reaccionan a la par con el cuerpo. En este poema de J.P. Rodríguez, autor de Shangai (Alquimia) y próximamente de El movimiento de las estrellas fijas (Aparte), presenciamos a dos hombres haciendo squash, ese deporte que no reconocemos, cuya práctica exige un cuerpo preparado y dispuesto para reaccionar ante la velocidad con precisión y con un golpe inminente. 

Escuá

En el hueco de mi mano derecha 
sostengo dos latas de atún,
en la mano izquierda un racket.

Alguna ley de la termodinámica hay
en esa relación que pienso asimétrica
cuando a todas luces no lo es.

Hay nieve también. Mucha nieve.
La noche es fría
como un cirujano oncólogo.

Se me ocurren palabras 
para asir mentalmente la nieve.
No sigo esas palabras.

A la sombra de una máquina de bebidas energéticas
espero a Emilio. 
Emilio es andaluz, experto en estudios culturales.

Sus intereses en este momento son:
representaciones de lo gitano en el cine andaluz de 1930 a 1932
y la pornografía.

Lo conocí en un cóctel de recepción.
Hablamos en inglés.
Nos reconocimos en esa incomprensión mutua.

Dos monos de nieve astillando una lengua.
Me propuso jugar escuá un día. 
Desconozco el juego pero ando en plan solitario 
y me sobra tiempo.

Acepto la invitación.

Emilio es mayor que yo.
Conoce las reglas del juego.
Es comunista y abstemio.

Lo admiro casi tanto como a las personas
que usan la nieve como adverbio.

Como cuando se dice: jugué en la nieve, por ejemplo.
O como cuando alguien dice: veremos qué hacer después de la nieve.

Me explica el juego.

No es un juego complicado
pero me resulta imposible explicar con palabras
de qué se trata realmente.

Supongo que se trata de describir
pequeñas órbitas y parábolas
en un espacio delimitado.

Se juega con una pelota 
que es liviana y pesada
a la vez.

En el lecho de muerte de un ser querido
no es extraño hacer bromas 
y llorar al mismo tiempo.

Que una cosa suceda a la otra 
y las dos ocurran al mismo tiempo
de eso, creo, se trata el escuá.

Que algunas cosas sean simultáneas
para que no todas 
ocurran al mismo tiempo.

Nuestros vecinos son profesionales.
Lo sabemos por el ritmo sincopado
de sus zapatillas sobre el piso.

No puedo dejar de pensar al muro 
como una metáfora especular.

Emilio en cambio se concentra en el juego.
En mi espejo lacaniano él ve un frontón.

Como toda práctica el escuá requiere
cierta reeducación del cuerpo. 

Acoger un dolor que viene de lejos 
y es uno mismo 
disfrazado de familiar. 

Tras el frontón yace el mar, la costa chilena. 
Mis hermanos flamean asidos 
a una empanada de mariscos.

Dos manchas verde agua
en el mapa de calor de dios.
Durante una hora nos convertimos en eso.

Alguien más rápido que el pensamiento
se precipitó a apagar la luz 
en el court.

Caminamos hacia las duchas en silencio.
Una isla de sudor
en medio de un océano de nieve.

Un par de ingleses –profesionales del squash-
intentan iniciar una conversación
con nosotros.

Vuelta a astillar la lengua de Shakespeare.

Emilio ha arreglado un futuro doble con ellos.
Habremos de derribar el frontón? me pregunto inquieto.
Qué pasará con Lacán, la cordillera, el borde costero,
mis hermanos. 

Sorbo el líquido azul de la bebida energizante
mientras contengo la respiración.

Salgo a la noche.

La noche es un hoyo gigantesco 
lleno de una materia intangible
llamada oscuridad de la noche
y algunos faroles. 

Se han escrito muchos poemas
y comics sobre la noche.
Pero muy pocos sobre una noche de squash.

A la fuerza el viento me hace entender
que el mundo no está 
repleto de adverbios. 

Una diminuta hoja de hierva
simula estirarse bajo la nieve
cuando en realidad se dobla.

Pero en un segundo intento
logra alargarse hasta convertirse
en un gran muro

un frontón de escuá
en cuyo centro yace crucificada
una granada leve y pesada.

En esta parte del poema recordamos
que somos en realidad dos insectos
color verde agua 
perplejos ante una enorme hoja de pasto.

Y que las puertas automáticas del gimnasio
(un planeta dos veces el tamaño de dios)
son insensibles a los invertebrados.

Eso provocó frustración 
y fue el origen de una guerra fratricida
iniciada hace unos cientos de año.

Ahora debo disculparme por la digresión 
en este diario de guerra.

No tenía otra intención 
más que honrar la memoria
del comandante Emilio.

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