It's only business ( A partir de Khabib vs Conor)



Por Luis Pizarro   

Khabib Nurmagomedov, protagonista indiscutible del último evento del UFC 229,  no sólo por haber retenido su título de campeón de peso ligero en la pelea estelar contra el retador, el irlandés Conor Mcgregor, sino sobre todo por el gran escándalo posterior. Fueron cuatro rounds donde se enfrentaron estilos completamente opuestos tanto en lo estrictamente técnico  como en  estrategias de posicionamiento ante la opinión pública, la prensa y los fanáticos. O al menos así se podía percibir desde afuera.



 Nurmagomedov,  nacido en  1990 en Daguestán, una provincia del Cáucaso perteneciente a Rusia,  aprendió desde pequeño el rigor físico y mental en una zona geográfica marcada por la violencia político-étnica. Su padre, un ex militar e  instructor de judo y boxeo, le regaló a su hijo Khabib, de ocho años,  un osezno de unos 15 kilos de peso para que pudiera “jugar” con él, mejorar su fuerza y la potencia de sus agarres y derribos. Campeón mundial de Sambo y cinta negra en judo,  Khabib, fiel practicante del Islam,  es exponente de un estilo de grappling que hace parecer fácil lo difícil, derribando y sometiendo a quien le han puesto por delante. El ruso, sin embargo,  ha mantenido un invicto de bajo perfil. Es el tipo de peleador que  prefiere hablar dentro del octágono.

Su rival Conor Mcgregor es, en cambio,  el campeón indiscutido del autobombo. Dueño de una  verborrea explosiva en la que suele predominar su ego, su  posicionamiento como marca y los  ataques personales a sus rivales. El único peleador en la UFC  dueño  de dos títulos simultáneamente  -campeón en peso pluma y peso ligero- y también un consumado exhibicionista-excéntrico, protagonista de uno de los grandes embustes del deporte del último tiempo al “sacar” a Floyd Mayweather Jr. del retiro para otra de las tantas “peleas del siglo”, la cual  pareció más un pésimo –pero multimillonario-  chiste,  que un desafío deportivo.  Pero  no hay que quitarle méritos a Mcgregor, pues sus títulos se los ha ganado con esfuerzo, sangre y sudor. Y es que Mcgregor viene desde abajo. Fue plomero junto con su padre hasta los 16 años, lo molestaban en el colegio por ser pequeño y débil, pero conoció las MMA y su futuro comenzó a perfilarse claro. Dueño de un heterodoxo estilo de pelea marcado por una mano izquierda veloz y pesada que bien conocen  peleadores como José Aldo o  Eddie Álvarez.

Mcgregor suele comenzar sus peleas con meses de anticipación a la fecha pactada, ante los micrófonos, por redes sociales, en apariciones públicas, aprovechando cualquier espacio para poder provocar a un potencial o seguro rival.  Un estilo mediático que atosiga. Es como si  le dieran el micrófono  a un pastor con inclinación mesiánica que trata de sumar adeptos a una secta centrada en su figura y nada más que en su figura.  Bien sabemos cómo terminan muchas de estas sectas; suicidios masivos, fanatismo irracional, culto a la personalidad, charlatanería vacía. 

Y esta pelea contra Nurmagomedov no fue la excepción.  El irlandés la “calentó” en su estilo y a fuego lento,  dejando que los ingredientes se cocinaran en el tiempo. Atacando al bus que transportaba al ruso. A su padre, al que catalogó de cobarde e incluso extendiendo el mismo calificativo a todo el pueblo  de Daguestán.  Nada extraño, nada fuera de lo común para las formas agresivas del estilo Mcgregor.  Es su manera de instalar bombas, minas antipersonales  en el camino de sus adversarios, cuyas esquirlas cruzan y hieren en un amplio radio de expansión (de forma indirecta hasta el mismo Vladimir Putin se vio envuelto en la refriega)

Ante toda esta performance,  el ruso se mantuvo muy en silencio. No trató de rebajarse. Dejó a Mcgregor hablar y hablar y hablar ante la mirada y la risa complaciente del presidente de la compañía, Dana White, el dueño del circo. La rabia silenciosa y contenida del ruso  explotó dentro del octágono a lo largo de cuatro rounds donde  habló con los puños, las patadas y sus increíbles derribos. En el cuarto asalto finalmente pudo hacer caer a su presa cual boa constrictora cerrando fuertemente una llave de dolor que casi le rompe la barbilla a un  Mcgregor que se vio en la necesidad de rendirse.Acto seguido se armó la bataola. El ruso lanzó su protector bucal contra la esquina de su oponente, saltó la reja del octágono y se enfrentó a casi todo el equipo de Mcgregor. La fotografía de  Khabib Nurmagomedov volando como un águila sobre la jaula para caer con precisión ante sus enemigos dio la vuelta al mundo y se transformó en la postal del encuentro.

En medio de tal confusión,  ambos peleadores finalmente salieron raudos de la arena fuertemente escoltados saltándose –por razones obvias- los protocolos de rigor tras las peleas estelares, es decir, la entrevista de Joe Rogan, la entrega del cinturón, los saludos de rigor. Pero no hubo nada de eso. Había que calmar los ánimos y procesar lo ocurrido.  Los ojos de los periodistas y los fanáticos se habían puesto por primera vez en Nurmagomedov por razones poco deportivas, relacionadas más bien con escándalos o actitudes pendencieras esperables de cualquiera menos de él.  A medida que pasaban los minutos, rumores y especulaciones se filtraban en mi búsqueda rápida en google.  Se hablaba de las penas del infierno. Cárcel, Multas. Quitarle el título al ruso y entregárselo a Mcgregor.  Deportación. 

Lo más claro que esbozó el peleador ruso en su conferencia de prensa posterior, fue que se sentía arrepentido pero que todo esto lo había desatado su rival y su equipo al atacar a su padre, a su pueblo y a su religión.  

¿Cómo medir las culpabilidades dentro del caos pendenciero que se formó al finalizar la pelea? ¿Es la UFC una empresa que tiene tratos preferenciales hacia las superestrellas matonescas en desmedro de peladores hábiles y talentosos pero que no meten tanta bulla? Así lo hizo sentir el ruso en diversos comunicados posteriores.

Interesante en este sentido resultan las palabras que se cruzaron ambos luchadores a lo largo de los 4 rounds. Khabib,  mientras golpeaba y sometía a Mcgregor insistía en decirle “Habla ahora, habla”. Ante esas palabras, al finalizar uno de los rounds y con una actitud cabizbaja e incluso humilde Mcgregor parece pedirle disculpas a su rival con la frase “It's only business”, es decir, es todo parte de una maquinaria publicitaria que tal vez ni a ti ni a mi nos guste demasiado pero que sin embargo nos hace ricos, nos permite comprar mansiones, autos deportivos, mujeres. Khabib, no es personal. Así es este negocio y si quieres mantenerte, ganar adeptos, tener prensa, ser una estrella, no te  bastarán tus habilidades dentro del octágono, tu casi perfecta lucha a ras de lona, tu capacidad de derribar hasta a Brock Lesnar haciéndolo parecer un muñeco de plumavit.  Nada de eso te servirá demasiado si no entiendes las macabras reglas de este negocio. Bienvenido a  Norteamérica. Bienvenido a la UFC.  






Khabib ha sido claro. Él ha peleado por el honor y está dispuesto incluso a renunciar al pago de la pelea si es que el castigo viene demasiado pesado tanto para él como para su equipo. ¿Debemos creer eso también? Ya todos están hablando de la revancha. De cómo sería ese nuevo enfrentamiento. Qué se dirán mutuamente en la previa. Cuánto dinero se llevará cada uno por PPV.  Qué nuevo escándalo sucederá antes o después de la pelea. Se ha hablado incluso de una pelea entre el ruso y Floyd Mayweather Jr.

El mismo Khabib ya ha impuesto las condiciones económicas de una probable revancha. Ha golpeado la mesa y ha amenazado a Dana White. Está haciendo ruido y no quiere ser pasado a llevar. Después de todo es el campeón y espera que se le baje el perfil a su mal comportamiento ¿No es acaso lo que siempre se ha tratado de hacer con los exabruptos de Conor Mcgregor? Lamentablemente para el deporte, hoy por hoy casi todo lo que rodea a la UFC  se ha vuelto espectáculo, marketing, montaje, matonaje, humo.

Después de todo tal vez Mcgregor tenga razón, It's only business.  Lo peor de todo y lo más probable también es que Khabib Nurmagomedov haya aprendido esa lección y sus últimas declaraciones sobre lo que se viene en términos monetarios parecen corroborar esta observación. Pero tampoco hay que ponerse a llorar sobre la futura calidad de las peleas de MMA, después de todo  It's only business.



Luis Pizarro Madariaga (1986) Profesor de Historia (PUC). 


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