Estafa en el México



Por Carlos Cardani


Velada doble, 4 de mayo de 2018



Salimos de la presentación de un libro de poesía hacia el México. Terminada la lectura les dije a algunos poetas “Vamos al box. Es ahora”, ellos dubitativos en algún momento, incluso tentados, con una sonrisa de verse sentados frente un ring, decidieron escuchar a esa voz que dice “Quédate aquí. Sigue chupando” y excusarse con un “No, pero pa’ la otra avisa”. Malú Urriola abre un poema con el verso “Los poetas toman juntos, pero se odian”, y es verdad. Quizá los boxeadores pelean entre ellos, pero se aman. Eso por ahora no podría asegurarlo, pero sospecho que sí.
Cuando llegamos al México ya habían pasado una o dos peleas. Entramos justo cuando el presentador oficial decía que en fallo unánime había ganado la esquina roja, y el árbitro levantaba la mano de un muchacho del Club México. Entonces pienso, ¿cuántas veces habrá ganado el local en este gimnasio? ¿Cuál es el porcentaje de victorias de los tricolores por sobre las visitas venidas de todas partes? ¿Alguien lleva esa estadística similar a la que se lleva en el fútbol, con tantas victorias, empates o derrotas entre tal o cual equipo, esa con la que se llenan todos los programas deportivos? En resumen, ¿a alguien le importa? Sospecho que no.
La primera pelea completa que vimos se me hace difícil recordarla por lo mala que fue. No han pasado veinticuatro horas de que escribo esto y se me vienen flashes de escenas con golpes pobres, sin sorpresa, jabs piñuflas, combos al aire, golpes estudio por todo el combate. Sé que a la visita se le salió el cabezal en algún momento y el médico se asomó a la tercera cuerda para limpiarle un poco de sangre en la nariz, tal como una madre le limpia los mocos a su hijo. Victoria para el México por fallo unánime.
La segunda pelea, última preliminar, fue la mejor de la noche. Un chico petacudo que es una maquinita de golpear versus un pailón desgarbado que se doblaba todavía más para alcanzar  a su rival que estaba una o dos cabezas más abajo que él. Este chico del México ya lo habíamos visto antes. Entra con todo como si siempre fuera los últimos diez segundos de la pelea. Round de estudio las pelotas. Un tipo compacto que hace retumbar los guantes contra los riñones del contrincante, chopazos que prueban la acústica del coliseo y retumban en la guardia o la cara del rival. Lo persigue y agazapado lanza el gancho sin mirar, sin levantar la cara, o el uppercut que abre la defensa y algunas veces entra de lleno en la pera o la garganta. El pailón se afirmó varias veces contra las cuerdas, aguantando el vendaval de golpes por todos los flancos. Algo así como la técnica de Alí, para salir a atacar con todo en el último round, a un boxeador cansado y ya no tan rápido. Pero para eso hay que ser Alí, y  con esos puños largos, pero débiles no sería suficiente. El grande pocas veces salió de esa guardia, que a ratos más parecía un saco que un púgil. “Sale de ahí, Diego”, le gritaban al pailón que contaba con el apoyo de la mayoría del público. Nada. Tampoco había cómo. El chico no dejaba respiro ni segundo en que lo estuviera persiguiendo, golpeando o arrinconando. “Este hueón está jalao”, me dice mi flaca y parecía por la energía demostrada en esos combos secos, en los pasos rápidos que no se alejaban nunca del rival. En un momento del segundo round el pailón se mostró con miedo, o a lo menos sorpresa, pero este agresor extraordinario, un autómata que no da tregua y que para colmo no hay cómo agredirlo de vuelta, pues los golpes hacia abajo son fáciles de esquivar o llegan mal, haciendo poco daño. Entonces la instrucción de la esquina del grande fue “Gira, Diego, gira. Cánsalo” y el pailón comenzó a dar vueltas por el ring, zancadas largas que eran dos pasos del petacudo que no alcanzaba a entrar tan fácil. El rival se le iba antes de conectarlo. Y Así fue. Al chico se le agotó la pila. Ya no eran tan fuertes ni rápidos sus golpes. Sin haber recibido combos de lleno era como si estuviera groggy. Fue tan súbita su falta de energía que era evidente para todos, sobre todo para el pailón que comenzó la arremetida y conectar combinaciones, jabs y ganchos que no daban al aire, el chico escurridizo del primer round era ahora un tipo torpe y lerdo, como un hombre con mucho sueño recién salido de la cama. Mi flaca dice haber visto incluso una mirada distinta en el pailón, que cambió del miedo en un momento a lo sádico ya terminando la pelea. Si el combate hubiese sido a más largo vencía el pailón, pero sólo a tres rounds y el petacudo del México ganó por fallo unánime, con la energía justa, faltándole apenas una línea para acabar bien la pelea.

Después vino lo peor. Es posible que exista el amor a primera vista, pero esa noche comprobé que existe el odio a primera vista. Un boxeador semidesnudo y que no conozco, como cualquier otro que se suba a ese ring, pero en su actitud despreciable apenas bajo la cortina musical de entrada, en las muecas mal dibujadas en los puñetazos al aire y el saludo al público cuando mencionaron su nombre. Velázquez, peso mosca, venido de Quellón. Un petizo mal formado, como si una fotografía de cuerpo completo fuera doblada, ocultando un pliego del estómago. Un metro cincuenta de boxeador al que le robaron diez o veinte centímetros en el pesaje. El peruano “Sud” Navarrete, también mosca, mucho mejor formado era su rival. Con todo el apoyo del público las tuvo todas de ganar. Desde el principio la pelea fue mala. El primer minuto pasó con ambos boxeadores lanzando golpes de gatito al guante del adversario, como un saludo que se repetía una y otra vez, sin que ninguno siguiera con un golpe real. Cuando ya comenzaron a entrar los primeros golpes, que no levantaron siquiera al público del favorito, hubo una dinámica de mostrarse más macho que el otro, un “yo soy mejor que tú” con artimañas de jugadores mañosos. El amague para asustar, un peekaboo tras los guantes para esconderse y aparecer con una sonrisa fanfarrona, el torear el golpe del rival y decir “no puedes conmigo”. Y de ahí las faltas. El chilote varias veces arremetía con puño por arriba y la pierna en modo muay thai con el rodillazo por lo bajo. El peruano también siguió con las faltas y abrazaba y daba vueltas al rival como en una movida de lucha libre donde se abraza al oponente y se lo lanza hacia el otro lado del ring. La pelea empeoró más cuando cada boxeador, aparte de jactarse de ser superior al otro, entraron en la dinámica de acusar las faltas con el árbitro, que varias veces separó los abrazos, notó las faltas, le descontó puntos al chilote y tuvo que poner orden más de una vez. Resultado final. Por fallo unánime ganador el peruano. Y por si fuera poco lo ordinaria de la pelea, el chilote suelta la mano del árbitro cuando se da el puntaje del segundo juez que sentencia la pelea a favor de Navarrete, y se amurra en su esquina. “Sud” espera la lectura de puntos del tercer juez con la camiseta de la selección peruana puesta y celebra. Una vez dado por fallo Navarrete le regala la camiseta al chilote, y ese chico de mierda baja emputado del ring y tira al suelo la camiseta que recibió segundos antes. Odiable en enano de principio a fin.
La pelea de fondo también fue una estafa. El rival inicial de Mario “Demoledor” Contreras iba a ser un brasileño de su porte y categoría, preveía una pelea pareja en el papel. Ese rival se cayó y trajeron a Filipe Dos Anjos Matos, otro brasileño, también peso welter, pero lejos de ser un boxeador de pergaminos. Más bien parecía como si la producción del combate hubiera traído a algún turista brasuca, y con el mismo short playero lo hubiese subido al ring a combatir con un boxeador profesional. Si bien Matos tuvo un decente round de estudio y aguantó los primeros embates de Demoledor, además de tener buen juego de piernas para recorrer todo el cuadrilátero, no lanzó ningún golpe que hiciera mella en el chileno. Apenas unos golpes a la guardia, o unos jabs que no abrieron los flancos. Contreras sin hacer mucho esfuerzo combinó en un par de ocasiones, metió golpes secos a los riñones y con eso bastó para que el brasileño dejara de pelear. Matos corría por el ring queriendo estar lo más alejado de Demoledor. Contreras, consciente o no, dejó existir a su rival por todo el segundo round sin querer rematarlo. Pero con una arrinconada en la esquina del tercer round bastó para que al brasileño se arrodillara en la esquina. El árbitro se acercó y le hablaba a un hombre que tenía miedo. No habían palabras que lo hicieran ponerse en pie y seguir el combate. Desde su esquina vieron ese miedo y le tiraron la toalla, declarándose a Contreras ganador por knock out técnico, faltando al menos tres rounds más. Una entrada cara por una pelea que prometía. El combate del petacudo del México contra el Pailón valió la pena, el resto una estafa donde la producción debió devolver el dinero de las entradas.


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