El sendero de los nidos
Por Jessica Sequeira
Voy a escribir sobre deportes. Fútbol, en particular, ya que es el
único deporte que realmente siento "mío", además de correr, aunque ya he
escrito sobre correr en otro lado. Digo fútbol, pero mis recuerdos son menos
sobre el fútbol que sobre todo lo que lo rodeaba: las amistades y la familia
allí, para animarnos, los días que llevábamos nuestras camisetas rojas a la
clase y todos sabían que íbamos a jugar ese día en casa, y las prácticas antes
de los partidos, esos partidos de secundaria y colegio que tanto significaban
para nosotros, incluso si éramos muy conscientes de ser amateurs.
Siempre fui defensa, por el carril izquierdo o derecho, casi
nunca central, ya que eso fue para la chica más alta del equipo, que tenía una
larga caballera que se tomaba como cola de caballo antes de los partidos y que
la hacía parecer una potra cuando enviaba la bola con toda su fuerza al campo
contrario. Yo era la más pequeña, pero tenía una cierta comprensión lógica de
lo que las delanteras del otro equipo estaban tramando, así como un saludable
grado de intuición. Me encantaba interceptar a las delanteras que se deslizaban
por el campo, dejándoles pensar que estaban apuntando hacia el arco, para luego
cortar su jugada y volver a tener posesión de la pelota. Mis compañeras de
equipo me llamaron Speedy González, lo que me divertía mucho.
Los partidos se dividían en pre–, entretiempo y post–. Durante los
ejercicios de calentamiento, mi parte favorita era pasar la pelota durante unos
minutos mientras charlaba, antes de que realmente tuviéramos que ponernos
serios y comenzar los sprints. Recuerdo
las naranjas durante el entretiempo. Cada partido alguien distinto llevaba el
snack, y de vez en cuando alguien traía mitades de bagel, que eran una delicia.
Pero, por lo general, eran naranjas, las que no me gustaban, ya sea enteras o
cortadas en rodajas, porque la pulpa siempre se atascó en los dientes. Después
de los partidos, recuerdo que entrechocaba mis tacos y raspaba palitos entre
los toperoles para sacar la hierba mojada.
Una vez, después de una derrota, mi madre le preguntó al
entrenador si era un "drinking man", un hombre que bebía. Era una
manera algo chistosa de preguntar como iba a ahogar sus penas. Todos pensamos
que era muy gracioso y, durante mucho tiempo, mi mejor amiga en ese momento me
preguntaba en broma: Are you a drinking man?
Jugué, además de en el colegio, en un club, y perdimos casi todos
nuestros juegos. El único "Impact" que tuvimos, según lo que nuestro
nombre reclamaba, fue el de la perseverancia y buen ánimo a pesar de la
derrota. Tuvimos mucha fuerza de voluntad y brillantes uniformes azules, pero
no eran suficientes. Fue un problema de números. Siempre tuvimos muy pocas
jugadoras, nunca 11, sino 10, 9, 8 o incluso 7, la cantidad mínima posible para
empezar el partido, según el reglamento. Por supuesto, en esas circunstancias
se convirtió en un juego de defensa, y de repente toda la acción fue por mi lado,
no el de nuestras delanteras.
Mi hermana también jugaba, y recuerdo ir a muchos de sus partidos
por California, en los pueblos agrícolas más pequeños y remotos, que
prácticamente no tenían vistas locales, aunque siempre había un restaurante
Applebee's donde las porciones eran enormes, y claro, una gran cancha de
fútbol. Mi familia también estaba loca por la liga de fútbol femenino
profesional, que ya no existe debido a falta de interés por el público.
Solíamos ir a ver los juegos, por una suerte de principio, además
de entretenimiento, ya que mi hermana tenía aspiraciones en ese momento de
jugar al más alto nivel. Tuve una fiesta de cumpleaños en la cancha de los
CyberRays –sí, así se llamaba el equipo – a la cual invité a mis amigos, y
todos ellos recibieron como recuerdos una muñeca "bobblehead". No
recuerdo quién tenía la cabeza que saludaba con este cabezón, ¿tal vez Brandi
Chastain[*]?
Ser un "good sport" en mi ciudad, en esos tiempos,
significaba no sólo ser deportista, estar en forma, sino también estar siempre
de buen ánimo, durante lo bueno y lo malo, limpio y activo tanto en cuerpo como
en mente. Todos entendíamos eso muy bien, y estoy feliz de haber crecido con
tal mentalidad. Sin embargo, mirando los partidos de mi hermana, en algún
momento, me cansé de los intensos gritos de padres y las peleas de principiantes
con los árbitros, me iba a andar por el parque o a sentarme al borde del campo.
Recuerdo que después de alejarme una vez, me instalé debajo de un árbol, donde
me quedé tan absorta en El sendero de los nidos de araña de Italo
Calvino que no me di cuenta cuando terminó el juego. Mis padres estaban
enojados cuando me encontraron, ya que habían estado buscándome durante un buen
rato. Quizás fue entonces cuando empecé a pensar que la literatura, no el
fútbol, era mi verdadera vocación. O tal vez solo pienso eso ahora, mientras
trato de hacer los cientos de jueguitos con la pelota de los que antes fui
capaz, preguntándome si, quizás, me hubiera convertido en la próxima Sergio
Ramos.
Comentarios
Publicar un comentario