Cristián “La Cobra” Salas versus Yakmani “El Rey” Hurtado
Por Carlos Cardani
Sábado 7 de abril de 2018,
Gimnasio Municipal de Estación Central
Sabes cuando empiezas a tener
pasión por algo cuando dejas cosas importantes de lado sólo por ir. En mi caso,
mi propio boliche de libros por cruzar la ciudad para ir a ver boxeo. Salinero,
autor de recomendadísima novela de box “Vermouth”, me pregunta si vamos a
Estación Central a ver la pelea del chileno “La cobra” Salas, que lleva el
título latino Silver del Consejo Mundial de Boxeo en peso welter, versus el
boliviano Yakmani “El Rey” Hurtado, campeón de la categoría en su país. Para
mí, imperdible. En quince minutos estaba arriba de su auto desde Plaza Ñuñoa camino
al ring. Cruzando por avenida Grecia íbamos en contra de la manga de chunchos
que caminaban hacia él.
El gimnasio de la Municipalidad
de Estación Central estaba impecable. El ring en el centro de la multicancha.
Sobre el arco norte el ringside, cuyas mismas vayas que lo demarcaban impedían
una vista limpia al cuadrilátero. Los viejos púgiles o los hombres mañosos que
llevan toda su vida yendo a ver box no perderán la oportunidad de sentarse ahí,
por más que la entrada sea gratis para todo el mundo. Aunque llegamos media
hora tarde según la programación, no había empezado nada. Antes de ver el
primer hombre con guantes arriba del ring, sufrimos con el show musical previo
a los combates. Primero un muchacho con ropas roídas y remaches de los punkies,
pero con la voz y música latino-pop-romántica. Luego un gordo volado hasta la
madre cantando cumbias. En suma, cuarenta y cinco minutos de horror con una
música de mierda, empeorada todavía más con la acústica del gimnasio que los
soportamos puteando a los cantantes y con anécdotas de los tiempos de Salinero
en programas deportivos, como la nota a los hermanos Castañeda como patrones de
fundo y otra, estilo “Mea culpa”, cuando las estrellas de la Católica fueron a
jugar a la cárcel, o la vida de Ricardo Liaño, el más chanta productor de
espectáculos deportivos que ha visto Chile. Recién después de cuarenta y cinco
minutos empezó el box, no sin antes presentar a Harold Mayne-Nicholls en
representación de la fundación “Ganamos todos” y la serie de patrocinadores del
evento, incluyendo a la Municipalidad de Estación Central, representada por una
manga de cuicos-zorrones-Udi’s escondidos detrás de la mesa de producción.
La velada consistió en cuatro
combates previos a tres rounds, uno de ellos femenino, entre el club B.O.X. y
la escuela “Jóvenes en movimiento”, patrocinada por la fundación “Ganamos
todos” y dirigida por Martín Vargas, que hacía de local por ser “La Cobra”
Salas parte de esa escuela. Los B.O.X. de negro, con bordes amarillos, con una
avispa por logo y los de Martín con polera roja, el logo del gobierno sobre el
corazón y pantalón blanco con cinta celeste, mismos colores de Vargas cuando
peleaba, en honor a la Virgen de Lourdes. De los cuatro combates previos no hay
mucho que destacar. Si bien las peleas quedaron repartidas para cada escuela,
al momento de subir los púgiles ya se sabía qué esquina iba a ganar. Mañas del
boxeador que por más que lo putee el preparador, no van a cambiar. Por ejemplo,
en el primer combate, el de la escuela de Martín, ofrecía el hombro y al lanzar
el golpe descuidaba la cara que quedaba limpia para el jab, mientras que su
rival peleaba sólo con la mano izquierda, o soltando la derecha sólo si el
primer golpe entraba. No sé si el “Tenís dos manos, hueón” lanzado desde la
tribuna lo escuchó el boxeador. Aun así lo persiguió por todo el ring, a un
tipo que buscaba las cuerdas como si sus propias piernas no le dieran el
soporte para estar erguido y recibir golpes a la vez. Triunfo para B.O.X. por
paliza. La cara enrojecida del “joven en movimiento” (que no tenía nada de
joven) era suficiente prueba para los jueces.
La segunda pelea fue mejor. Hubo resistencia de ambos, aunque el “joven
en movimiento” sacó ventaja siempre. Un tipo con pinta de boxeador ochentero
venido del sur. Buena pegada, aunque nunca supo combinar bien. Su rival
pareciera que combatía contra un saco. No miraba al oponente. Golpeaba como si no
fuera a tener respuesta, como si no viniera un golpe de vuelta apenas bajara la
guardia. Los espacios que vio el pupilo de Martín le dieron la pelea por fallo
unánime. La tercera pelea fue tan mala que no la recuerdo bien. Sé que ganó el
de B.O.X., pero el detalle del combate lo olvidé completamente.
Sobre el combate femenino me
detengo un rato. Si bien es la pelea más mala que he visto (cuento aquí las por
deporte y mochas callejeras), fue de una ternura inaudita. Las dos rivales
entraron con cabezales. Las dos se abrazaron al entrar como dos amigas que no
se ven hace mucho. El combate fue un eterno round de estudio donde la lentitud
de los golpes ni siquiera daba para marcarlos. Silencio completo. Ni saltos
sobre la lona, ni el soplido de aire al tirar el golpe, ni el contacto del
guante contra el cuerpo. Cualquier murmullo llegaba más lejos, como en el
minuto de silencio antes de los partidos. Puede que me equivoque, pero no
recuerdo se haya dado el tableteo del juez central anunciando los últimos
segundos de cada round. Si bien entraron algunos golpes, daba la sensación que
fue más por casualidad que por intención de conectar el rostro de la rival.
Tres rounds eternos en que el deporte no estuvo en ningún momento sobre el
ring, pero sí una enorme sororidad entre ellas por dar la cara y ponerse los
guantes ante el público. Ahí todo mi respeto, pero de box nada. La pelea fue
declarada empate.
Antes de la pelea estelar un
nuevo show musical. Francisca Silva (que en algún momento pensé que iba a ser
la chica de las pancartas) se subió al ring y cantó cinco canciones de esas que
sólo se escuchan de rebote por el taxista, la que suena en el almacén o
restorán. Veinte minutos perdidos. Luego
otros veinte en que el árbitro central pidió a la organización tensar las
cuerdas. Todo el mundo aburridísimo mientras pasaba eso. Y ahí eché de menos el
espíritu del club México. Puede que por ser los combates de día, en un ambiente
familiar, que no exista esa tensión del local sobre los visitantes y que esa
misma imparcialidad del público lo apague, que el presentador llamara a los
peleadores como si les tocara su turno en el médico, hacía la velada en el
gimnasio de Estación Central no tenía el mismo encanto. Cómo será que en toda
la jornada no sonó “Eye of the tiger” ni ninguna canción de la banda sonora de
Rocky. Pero alma tampoco le voy a pedir a un evento organizado por una alcaldía
de derecha.
Los boxeadores del combate
estelar sí estuvieron más producidos. Primero entró el camba Yakmani “El rey”
Hurtado, con la bandera boliviana sobre los hombros y de fondo la ranchera “el
rey”, versión clásica de Vicente Fernández. Luego Cristián “La Cobra” Salas,
con la bata tapándolo entero y sonando “Paint in black” de los Rolling’s, que
siempre me hace acordar más de “Misión del deber” que a la banda. La presentación
vino con el detalle del peso en la balanza, ambos cerca de sesenta y seis
kilos, los títulos y records de cada uno. Por la esquina de “La Cobra” apareció
un anciano pequeño, flaco, de boina. Un hombre con cuerpo de niño envejecido:
El mismísimo Martín Vargas. Cayeron los aplausos mientras el viejo púgil daba
los consejos a su pupilo. La Cobra con los mismos colores de Martín cuando
peleaba, encomendado a la Virgen, y Yakmani de pantalón negro atravesado por
una franja con la tricolor boliviana. El primero de los supuestos ocho rounds
empezó con todo. Fueron los mejores pasajes de La Cobra. Jabs rápidos, el uno
dos controlado, la guardia atenta. El Rey por cada golpe que daba exageraba el
soplido, un viento que acompañaba el puño y sonaba mucho más que el guante
pegando sobre el rival. Si Yakmani hubiese soltado sólo ese fuerte fuelle sin
golpe, igual hubiese contado como punto. “La Cobra” Salas arrinconó al
boliviano en el primer asalto. El camba resistió el embate sin problemas.
Terminó el round y Martín subió a dar los consejos a su muchacho. Todo parecía
bien. El público sacó un ce hache í, coreaban el apodo de Salas, se marcaba la
condición del local. El camba con apenas dos personas en su esquina solo
esperaba la vuelta a combate. El segundo round fue más parejo. El público
cantaba “el boliviano va a caer”. Los golpes eran parejos. Lindo cross, jabs
limpios, combinaciones de ambas manos y los saltos como si nada pasara. Bonita
pelea por donde se la mirara. Todo hasta el cabezazo. Un movimiento confuso de
ambos boxeadores hizo chocar sus cabezas. El camba se sobaba la mollera,
mientras que la peor parte se la llevó el chileno que le llegó sobre la ceja
derecha. Pese a que lo atendieron enseguida en su esquina, la sangre empezó a
asomarse, cosa que el boliviano aprovechó y empezó a abrirla todavía más a
punta de golpes sobre el punto rojo. En el tercer round el chileno estaba medio
ciego y atontado. Un cíclope contra Ulises. Borracho en el ring resistió varias
combinaciones. Medio Groggy llegó al final del round, después de tirar el bucal
buscando más tiempo para llegar al descanso en su esquina, con la hinchazón
viva sobre el ojo derecho. El público ya decaía en sus gritos y ya solo
esperaba el final.
En el cuarto round el boliviano
salió con todo, varios golpes secos que no tenían resistencia y una cara de
demonio, de sádico y la herida del chileno se abría aún más. Si Salas conectó
un golpe en ese round, no hizo ninguna mella al camba, que lo llevó limpio a
punta de golpes a la esquina donde estaba Martín y ahí el árbitro detuvo la
pelea por knock out técnico, apenas un minuto empezado el asalto. El rey
Hurtado corrió a su esquina como quien hace un gol en el último minuto. La cara
de La Cobra era más parecida al Jorobado de Notre Dame, con un cototo sobre el
ojo. Para cuando el árbitro alzó la mano del boliviano en el centro del ring,
Salas aún estaba sentado en su esquina recibiendo las atenciones de Martín
(foto). Todo el público aplaudió al boliviano que sólo demostró buen deporte.
Salinero se admiraba diciendo: “Bravo el hombre” y sobre Salas una risa que
acompañaba el: “Le sacaron la chucha”. “Lo malo de estos boxeadores es que
vienen tajeados de antes. La cara es una tela de cebolla que se abre fácil, por
eso sangran siempre”, me decía sobre La Cobra, que a todo esto nunca cachamos
por qué le decían así.
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