Café Roma (Crónica, por Carlos Cardani )
Copa Libertadores. Café Roma,
calle San Diego. 24 de febrero de 2016
Me junté con F por una invitación
que ningún colocolino rechaza. La Libertadores. Dije yo, antes del partido “No
tengo plata para ir al estadio” pero eso es parte del autoengaño. El que va a
ver el partido al bar gasta tanto o más que en la ida misma a la cancha. No
importa. F también se acomodó en el autoengaño. Salió de su pega de librero
para buscar en San Diego “una copia pirata de Lemebel” No la encontró.
Convencidos de no tener culpa de nuestros autogoles, caminamos hacia el sur en
busca del primer bar con tele. Fueron casi dos cuadras de librerías de viejos,
jugueterías y artículos hechos en China vendidos por chinos. Nos sentamos en la
primera mesa del “Café Roma”. Un restorán de menús a la hora del almuerzo, una
fuente de soda por el resto del día. F quedó frente a la tele y yo de lado, con
el cuello como en recortán, y a mi espalda la caja. Tras las fotos de Allende,
del Che, de Fidel y Camilo Cienfuegos, un tipo tan gordo como la caseta se
ocupaba en recibir cuentas y dar vueltos.
Colo – Colo jugaba contra Melgar.
“El campeón peruano” decía el comentarista deportivo, y yo sin haberlo
escuchado antes, me imaginaba que así se debe escuchar el nombre de Cobresal en
las transmisiones para toda Latino América del anterior “campeón chileno”.
Llegamos temprano, tanto de que
los equipos aún no terminaban el precalentamiento. “Me gusta llegar antes
porque estas hueás se llenan” dijo F, lo cual era cierto, porque las otras
cinco mesas del bar se ocuparon antes del pitazo inicial. Sin haberla visto
antes, se nos acerca una morena mucho más alta que yo, casi tanto como F,
delgada, de largo cuello y un mínimo colgante de oro, frente amplia, montones
de trenzas tomadas en una cola, y por uniforme el típico delantal que ocuparía
mi madre, pero sujeto a una cintura de avispa. Ella nos dice “Buenas tarde ¿qué
desean?” En una voz dulce, pero que no dejaba de sonreír ni hacer notar claro
el acento. Yo me demoré en pedir una escudo. F se demoró en pedir la carta.
“Buen bar” dice F. “Muy bueno” le digo yo, mientras la vemos cruzar las mesas y
perderse en la cocina.
Le pregunto a F de su vida en
Francia. Él me pregunta sobre mis años en Bolivia. Resulta que en La Paz y en
Cochabamba tenemos amigos en común. Gente con la que hemos carreteado por pocos
meses de diferencia. También hablamos de literatura boliviana. F escribe poesía
y narrativa, por lo que en su viaje también encontró lecturas. Leyó a Churata.
Leyó a poetas que de nuestra edad, Filipovich incluido, leyó a escritores que
no recuerda, pero claro, toda conversación sobre literatura boliviana empieza o
termina con Jaime Sáenz. Cuando recién empieza el partido y como un puntapié
inicial hacemos un salud. Por mi parte, aunque dejé de ser católico de niño,
sigo con la costumbre de persignarme al escuchar el pitazo.
A los pocos minutos de toque
llega G, mi compañera. Ella me besa y le presento a F que sólo en ese segundo
mira a otra cosa que no sea la tele y la mesera. La morena al ver otra persona
en la mesa se acerca con su sonrisa por si aumenta el pedido. Otra escudo y
algo para comer. Ella hace el signo hippie de “amor y paz” a la maestra
sanguchera y dice “Dos italianos” marcando mucho la s final. Esta vez tampoco
pillamos el acento. G sólo se ríe al ver la cara de F cuando la morena nos da
la espalda para dejar una cuenta al gordo de la caja.
Llamo a D por si es que quiere
venir a ver el partido. Ella en la invitación del juego anterior me dijo que le
aburría el juego del Coto Sierra y prefería no verlo, que le daba sueño ver
jugar así a Colo – Colo. Pero esta vez dijo sí. Es La Libertadores. Y claro, D
tenía razón. Poca llegada, juego trabado, pases muy fáciles de anticipar,
pelotas a la olla, un desborde sin finiquito, luego otro. Sólo llegadas que
terminan en corner o en saque de goleiro. Nada directo al arco. Un equipo que
se conforma con ganar por un gol de diferencia. Melgar hacía menos. Su única
variante fue el sistema defensivo, entre la línea de cuatro, la línea de cinco
y la de seis cuando el peligro era mucho. Un hombre sólo en punta tenía la
misión heroica de partir el ataque en mitad de cancha. Cosa que nunca hizo. Más
encima, el pobre tipo apellidaba Cuesta. No tenía por dónde. Tampoco el
partido. Ni siquiera hubo una falta clara no cobrada, la jugada polémica para
entretener. No pasó nada de nada hasta que llegó D, casi al final del primer
tiempo. “Teníai razón” le dije a D. Ella sólo sonrió.
En los comerciales, que era tanto
o más aburridos que el juego mismo, se acercó la morena con otra cerveza y le
pregunté a F sin que la dejara de mirar qué tal es la migración en Francia.
“Mucho argelino. Hay de todo, pero lo que más hay es argelino” Y con eso a mí
se me hacía mucho más creíble el libro “Sumisión”, pero por sobre todo el cómo
se conforma históricamente la selección francesa de fútbol. Zidane, Benzema,
por nombrar algunos. Pienso que así la mitad del crédito de copa del 98 debería
ser para Argelia. G le habla de una película que habla de esa migración en
París. Película que ninguno de nosotros ha visto, pero que es fácil de
imaginar.
Ya en segundo tiempo Colo – Colo
propuso más. El pájaro Valdés intentó tiros de fuera, aunque estuvo toda la
tarde con los zapatos cambiados. Beausejour pasó una y otra vez, pero el último
centro nunca encontró una cabeza. Recién en una tole-tole, con diez jugadores
dentro del área, llegó el gol de rebote hecho por Paredes. Un alivio, un
suspiro. Lo mínimo que se pedía jugando en el Monumental. Según la estadística
con ese gol Paredes alcanzaba en el record a Carlos Humberto Caszely en la
Libertadores. En la estadística puede ser, pero en la historia difícil.
Después, en un minuto
indeterminado, en medio de una jugada intrascendente, entra un moreno, apenas
da un par de pasos dentro del bar y le habla a la mesera algo que sólo ella
entiende. Ella le responde en creolé, y el moreno desaparece. Todos dimos por
cierto que la mesera era haitiana. La más guapa haitiana que se haya visto. Yo
le pregunto a F si como él, sabiendo francés, podría tener más posibilidades
con ella. “Estai hueón, el creolé es una hueá inentendible”.
Y de ahí no mucho. La mesera
siguió dando una hermosa sonrisa, Melgar siguió arratonado y Colo – Colo
llegaba al área rival sin concretar. D veía el partido en silencio y G estaba
más pendiente de la pantalla de su celular que de la tele. Cerca del minuto
ochenta la morena se acerca a F y le entrega un papel con varios números. F lo
mira sin entender. “Es la cuenta, hueón, no su teléfono” le digo.
Pagamos el valor de cuatro
entradas a la morena, y como si con dar por cancelada la cuenta ella misma
diera por cerrado el partido en un Uno a Cero. Pasaron cinco minutos de amagues
y tal cual. Eso fue todo. Un gol, tres puntos y Paredes, como único goleador
fue la figura del partido. Aunque claro, para mí y para F la haitiana fue la
figura del compromiso
Carlos Cardani (Santiago,1985)
Ha publicado los libros Raso (2009),Pasaje Tala (2010),Caldo
de Cardán (2013) y Du Maurier(2016).Es capitán del equipo Sindicato de
Escritores.
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