Selección de Ronin (Novela de Maorí Pérez)


Ronin
I.           
Una novela sobre nada.

1. Primero gomoso, como el masaje capilar de un reptil. Probablemente lo que sentían los reptiles al cocinarse lentamente en eso que más tarde sería el material del traje de buzo. Perdonen si no soy científicamente exacto; soy historiador. Historiador, catador de vinos y, ya que estamos, triatlonista. Joaquín Ulmo, así me llaman. Las piernas musculosas y morenas se uniforman al lado de la concurrencia del Iron Man Pucón, pero no puede ser que se muevan al mismo ritmo que los demás, yo me figuro que hasta la cantidad de latidos de corazón tiene que ser muy diversa. Cotizo, también, que por más monocromáticos que parezcamos, hay uno que otro detalle, finalmente decisivo, por el cual medir a quien accederá primero a la meta (la manera de sonreír, el tono de los dientes, la quijada, el abultamiento de las cejas, el color de los ojos, la forma de mirar, el grado acomodaticio o respingue de la nariz, el tamaño de los labios, el rubor de las mejillas, la cantidad de vello facial de hombres y mujeres, la contextura del cuerpo dibujado en el látex y los pies, por decir algunos). 2. La tensión de lanzarse a nadar orquesta toda una serie de estímulos, como la arena en los dedos y la planta, el viento en la cara o el sonido de la respiración. En otras circunstancias, la arena, el viento y el sonido me relajarían. A la espera del aviso para entrar al agua, cada diminuto ritmo, cada compás, aglutinan a esta fila de contendientes en torno a recuerdos de rabia, angustia y terror, sentimientos de odio contra uno mismo, y la aprehensión frente al ejercicio en sí, al que nos afrontamos con la promesa de ser liberados finalmente. Trato de relajarme, trato de disfrutarlo.



3.
No hay nada que me guste más que meter las orejas en el gorrito cuando me voy a tirar el piquero que me llevará al punto de partida de la sección uno de tres. Nunca fui tan indefenso o más tierno que en ese momento. En una competencia para probar cuán fuertes somos, ese detalle me fulmina. 4. Floto. Espero. Me preparo pensando en la muerte. En el fútbol soccer de las culturas precolombinas, era la victoria y morir. Los samuráis del Japón antiguo tenían su honor o se daba por terminada su existencia; lo que pasara primero. Pero el verdadero triunfo de los samuráis era sacrificar sus preciosas vidas. La virtud precolombina yacía en encomendarse a los dioses por medio del rito sacrificial. Tal vez esta sea la única actitud que te consiga terminar un triatlón. 5. No el ejercicio ejercitado, ni el ejercicio por ejercitar, sino el ejercicio de ejercitar. La carrera comienza, alguien me patea y yo pateo a la vez a alguien, alguien traga agua en el instante en que yo devuelvo el agua que tragué - del mar, al mar. Desde ese breve momento, y por un período de cinco minutos más o menos, el universo me excita, me exalta, de buen y mal modo, pero sin que ningún estímulo superior intervenga, inconsciente, puro cuerpo, respiración y movimiento, tensión y adrenalina, energía, músculo, tendones, atención y placer y dolor, todavía no ritmo, ni cálculo, ni mirada ni orden alguno. Es como el nacimiento, es un caos. Si tuvimos miedo, lo hemos dejado en la playa. De pronto, el conjunto ordena la velocidad de cada espécimen, y se forma un cardumen que avanza uniforme, exigidos por delante y por detrás como la mujer en un trío con dos hombres. Noto que respiro. Piernas y brazos chapotean violentamente. Asciendo y desciendo a través de las olas. 6.
Disperso es lo que pasa con el grupo una vez que el triatlón ha avanzado un tramo prudente. Se dispersa. Disperso es, también, lo que pasa cuando tu cuerpo pretende aminorar el yugo de tu conciencia. Aunque también sucede lo contrario: la “perso”, o personalidad, que es el momento en que decides continuar, rebasado el límite de lo aceptable. 7. En el esfuerzo de cruzar las primeras olas me pongo a pensar en la velocidad. A la ciencia le preocupan únicamente dos velocidades: las del sonido y la luz. ¿Por qué a la ciencia no le ha importado nunca la velocidad, por ejemplo, de una anciana en silla de ruedas, o la velocidad en que se mueve la cola de un perro? El interés surge recién cuando esa rapidez supera un récord, como si sólo fuera observable el éxito, o lo que cuestionan los profesores en sus ejercicios de matemática y física, cuando preguntan por un tren o un auto a través de una distancia y un tiempo precisos. Ha sido, también, de interés para la filosofía, a la hora de asentar sus paradojas y metáforas. Desconozco a qué velocidad voy. No creo que muy rápido ni muy lento para la media. Voy a la velocidad de Joaquín Ulmo por el mar. 8. Si estuviera en mi casa, me hallaría trotando por Tobalaba, y justo antes de llegar a la esquina con Villagra, los autos comenzarían a agolparse frente al semáforo en rojo, de modo que sería el único instante en que mi velocidad, mínima, de trote, serviría para rebasar carro tras carro: Toyota, Subarú, Suzuki… Pero estoy en Pucón, flotando y recortando centímetros a zarpazos, y como es tan jodido, si bien recién ha empezado, mi mente vaga, y mi alma se me ausenta del cuerpo, se larga hasta mi casa, hasta momentos pretéritos suspendidos en el tiempo. El esfuerzo se resiste de distintas maneras. 9. “Ella me enseñó a querer a Oasis”. Oasis es una banda de rock de meridiano mérito, que nos barrió el piso a finales del siglo XX. Ella es mi novia, y vuelve y se va, a medida que bato el agua. El fragmento surge del nado, desconozco si para convertirse en parte de alguna historia. 10. Como bien descubrieron Cristóbal Colón y los clásicos antes que él, la Tierra no es plana. Pero la Tierra, casi siempre, se puede aplanar. Si trotas en bajada puedes trotar más lento, y si a tu bicicleta le toca una cuesta te toca ponerle más empeño. Para el atleta, o por lo que respecta a cualquier forma de ejercicio, mantener un mismo ritmo es lo que marca la diferencia a la hora de quemar calorías. Sólo aplanando la Tierra quemas como corresponde. Antes de este Iron Man Pucón, le pregunté a mi madre, doctora, científica, quien me había acompañado a la piscina del barrio para entrenar conmigo, si en el mar o en el océano habría cuestas arriba y cuestas abajo. Me dijo que no. Cristóbal Colón descubrió que la Tierra es redonda mirando hacia la costa, cuentan los libros escolares de Historia Universal. Será que la redondez de la Tierra es la mejor manera que ha escogido el planeta para ser plano, estable, franqueable. Pero esa redondez plana sólo la conocemos en el mar. 11. En algún momento, durante su paso por esta Tierra, el escritor Charles Bukowski, reconocido vicioso, dijo: “descubre aquello que amas, y deja que te destruya”. Creo que se puede decir lo mismo, al revés, al término de la construcción de tu ser. Hay un ímpetu social, un ímpetu salubre, que señala sólo ciertos cuerpos como cuerpos válidos. Pero no es así. Haruki Murakami, renombrado corredor, dijo: “Corro porque me gusta”. Y esta debiera ser la sentencia sobre cualquier construcción de un cuerpo. Fuma, fuma porque te gusta, y disfruta el cuerpo fumador que eso te asigna. Si te gusta comer, aprende a ser un gordo dichoso, no des respiro a la supuesta diferencia. Ahora braceo, una, dos y tres veces, el sol se cuela por el rabillo del ojo, y a un costado del mar, el mundo vegetativo de Pucón se dibuja. A esto vine, a este bosquejo del universo, que imaginé tiempo atrás, como tú imaginaste volar, o amar, o el horror. Si imaginaste una jeringa, o una cama, no te arrepientas, no somos distintos, porque mi historia, como la tuya, es un relato del deseo. Es una historia del deseo, y es una historia de la diferencia. 12. La vida es, ante todo, un ejercicio físico. Y por un lapso, nadar lo será todo. 13. A medida que braceo, me surge la impaciencia, pero sé qué hacer ante esto. Imagino que es la cola del banco, pero una cola del banco a medida que la nave espacial en donde está el banco cruza la estratósfera. Arde, muele, se sufre muchísimo, la gente te empuja, te manosea y te grita. Sólo existe la actitud de esperar. Como máximo me desmayaré. La primera ola no es distinta de la última, son metros y son minutos, pero no son nada ajeno. Nadar es nadar en la nada, por el tiempo suficiente. Cuando esté a punto de terminar, sentiré que algo se ha ganado y algo se ha perdido, irremediablemente. Cabe notar que la nada se parece a una introducción. El desarrollo, la bicicleta, es algo. Correr lo es todo y es el final. Nadar, cletear, correr. De a poco, a bastante, a mucho. Del ripio, al párrafo, a la Historia. Del reconocimiento, a la costumbre, al esfuerzo. Si es tan especial, es porque hay pocas formas tan precisas de hacerse pedazos progresivamente. Yo hago lo mismo cuando festejo y no puedo hablar con nadie: imagino que estoy en la cola del banco. Pero ciertamente que son formas distintas de romper límites. La actual es una forma más desnuda, más rudimentaria. Cuando la pierna chapotea detrás de mi continuado esfuerzo, no puede darme asco, ese asco aristocrático de una celebración. ¿Es el triatlón un simulacro de la labor proletaria? Vuelvo de estos pensamientos temiéndole profundamente al dolor del ejercicio físico en el que me hallo, consciente de que mi cuerpo no lo aguantaría, sólo es posible seguir con estas reflexiones a medida que braceo y avanzo hacia el final de la primera parte, que no está tan lejos. 14. Dios es como una ola. Es la fuerza, la energía, el pensamiento que te pasea defendido por el universo. Es la voz que surge desde el fondo de mí cuando tengo problemas para seguir nadando. Dios a veces abandona. El dolor se vuelve inútil y supremo. En un triatlón no puede faltar nunca Dios. 15. Cuento los segundos a medida que avanzo, de uno a mil, de uno a un millón, de uno a un trillón de ser necesario. Como no puedo escuchar música, esto se vuelve útil para distraerse y no quedarse pegado en una canción o pensamiento. La mente es el último resguardo del cuerpo. Aunque parezca contradictorio, ejercitar la mente es la única manera de ejercitar el cuerpo sin abatirse. También es cierto que eso evita centrar la mirada en el bello paisaje, o en las hermosas mujeres entre la competencia. Cada quien a lo suyo. 16. Llego al punto de chequeo de natación justo cuando comenzaba a relajarme en mi empeño. Estoy mojado, molido y feliz. Creo que nadar y la nada se parecen, creo que realmente no se puede pensar en la natación o hablar fidedignamente de ella sin traicionar su esencia o sin hablar de otra cosa más allá de nadar. En este sentido, la natación se parece a la vida cotidiana.

Maori Pérez (Santiago de Chile, 21 de Diciembre de 1986), escritor y músico chileno, estudiante de Pedagogía en Inglés en UMCE (ex-Pedagógico), y miembro sucesivamente del Nadismo, el Método Sucedáneo y La Faunita. Ha publicado el libro de cuentos Cerdo en una jaula con antibióticos (2003), Mutación y registro (cuentos, Ciertopez, 2007), Diagonales (novela, Cuarto Propio, 2009), Lanzamiento (poemas, Cizarra Cartonera, 2010), Cronoguerrillas (poemas, La Faunita, 2010), Lados C (cuentos, Libros del perro negro, 2011), Oceana (novela, Sangría Editora, 2012), Instrucciones para Moya (novela, Calabaza del Diablo, 2013) y el libro epistolar en co-autoría con María José Viera-Gallo, Química y Nicotina (Hueders, 2016; Alpha Decay, 2017). Ganó los premios Enrique Lihn 2006 (cuento, Universidad Diego Portales) y Roberto Bolaño 2009 (novela, Consejo de Cultura) y participó en los talleres de Patricia Espinosa, Pablo Azócar y Pía Barros. Se prepara para publicar Todos los Gansos de Apolo (novela, Das Kapital) y el libro de cuentos Humo, a lanzarse por Libros del Perro Negro.  El presente texto de adelanto de una novela, cuyo título tentativo es “Ronin”, constituirá su decimosegundo libro, todavía sin ofertarse. 


Comentarios

Entradas populares