Gol de oro, de Nibaldo Acero (Selección)



 De “Segundo Tiempo” (1era parte)


Ese era el verdadero duelo, uno del que fui momentáneamente parte, como espectador… mejor dicho: como hincha. Y el va a caer, y va a caer. Y el Caszely amigo, el pueblo está contigo, si hasta los oigo. Y de la nada, de la absoluta nada, la cancha comienza a alejarse y oscurecerse. Cierro los ojos para poder abrirlos nuevamente y ya la cancha se ve definitivamente vacía, como a un paso de ser invadida por equipos que, inclusos más ficticios, se adueñarán de la pelota.
Caszely sigue al centro, de negro, como un Dante que vuelve en gloria y majestad al Infierno, y que celebra ante una galería copiosa de cadáveres que lo aplauden, batiendo estandartes que se despedazan.
De pronto alguien le da más definición a los ojos del niño sentado, de aquel niño que está entre sus padres y que mira a esos viejos que hinchan a lo bonzo, arremete una bulla como la de un terremoto. Son los pies de los que alientan y que saltan para no ser ni por un segundo Pinochet. ¡Y marchan sobre sí! Produciendo un estruendo formidable y temible, como el de un potro furioso, el de una bestia apuñalada que aunque olía su degolladura lanza puntapiés al aire, colosales patadas mientras trota sobre sus propias vísceras. ¡Y el que no salta es Pinochet!
Y cuando ya la batahola es la multitud misma que canta como camino a la horca, el potro pareciera ser más un toro furioso, una bestia que aun descuartizada, treeepa, treeepa, treeepa… y el gran Vladimiro Mimiça habla del toro de la reyerta, que de súbito entra al Estadio Nacional como a una familiar pradera. Como a una pastura regada con la sangre tuya, mía, para ti, para mí, tac tac tac.
Y esto es verdaderamente impactante, queridos radioescuchas. Hay barricadas dentro la cancha, sí, escuchan bien, ¡hay barricadas dentro de la cancha! Pero también hay barricadas en las gradas, en los pasillos, los jardines y hasta en la enfermería del estadio. Los fanáticos cavan trincheras en el semicírculo, ¡y comienzan las fogatas dentro del campo!
Los hinchas resisten. Se camuflan entre unos cuantos trozos de frazadas, las banderas ahora son material de antorchas y los tablones son arrancados para hacer fuego y lanzas. Puntas de flechas que caen como estrellas fugaces, ¡y esta puede ser la noche más linda que ha tenido el fútbol chileno!
La policía contragolpea con el zorrillo que se escapa por la derecha, recibiendo una lluvia de piedras como centros recibió Caszely en su carrera. Los hinchas no cejan de contragolpear, martillando el armazón defensivo de Novoa y Fernández, mientras que Pierre Dubois impide el desborde de la cuca, lanzándose una y otra vez a su paso. Y este cura sí que tranca con la cabeza, arriesgando su humanidad por un grupo de reservas.
Jarlan le pone el pecho a las balas en el borde del área… Alsina arenga a no perder las marcas. Y este sí que es el partido que queríamos ver, no como el que vimos en el primer tiempo de este cotejo, desde el minuto 83 que el equipo de todos ha encarado con mayor gallardía esta contienda, haciendo Frente a un rival que parecía estar jugando solo.
¡Esto es una batalla campal, compañeros radioescuchas! Un túnel, una rabona a la felonía, ¡y comienzo a llorar en esta tribuna!
Esto es lo que provoca el fútbol, es lo que provoca el deporte más lindo del mundo, que las pasiones se desaten y que el pueblo se levante.
Tiro libre Eveready para la disidencia.
Cooooperativa.


Cierro los ojos y veo las banderas que flamean y las bengalas encendidas y los pases de todos los invitados en dirección a Caszely. Caigo de pronto en que la cancha está cada vez más verde y con menos jugadores, ¡y la grada más rojinegra y más enfurecida! Y esto cada vez se parece menos al fútbol en mi memoria, la que ve pasar la pelota por delante y es incapaz de meter pierna fuerte.
Y mi padre y su sabiduría: mira cómo le pega Chamaco… y el magnífico tiro chanfleado que ataja sin problemas el guardameta.
Y la policía que no da abasto. Y la policía que arma un círculo alrededor de la cancha y solo mira a las gradas, como una ronda de niños que no mira el partido, ni tampoco sus caras. Y el va a caer, y va a caer… y el Caszely, amigo, el pueblo está contigo… como mantras extraordinarios. Como súplicas o aullidos conmovedores ante un inminente tiro de gracia. Las banderas, las bengalas, la barra brava humanoide que se hacía de la palabra, de un canto maldito. Y la gorra del paco desfilando por la galería, el vaso de gaseosa a medias y la casi certeza de que Rayovac, ¡era la pila!


de “Des-Cuentos” (2da parte)

Fue por aquellas temporadas cuando pasé a integrar la selección de mi colegio y cuando, una que otra vez, me presentaba en clubes profesionales, en donde quedaba casi siempre seleccionado. Hubo un tiempo en que llegué a jugar entre seis y ocho partidos a la semana, estudiaba cuando la pelota me lo permitía, escribía muchísima poesía y escuchaba a los Guns, a Rage y Metallica. Eran tiempos duros en la familia, la pobreza y las enfermedades se instalaban silenciosamente, como una fresca enredadera que se metía a la casa de madera.
Estaba realmente seguro que cuando grande iba a ser futbolista. Todavía guardo la fe de levantarme un día y tener de nuevo quince o dieciocho y ponerle más empeño con el tema de los entrenamientos, o al menos despertar convencido de jamás en la vida estudiar literatura. Y lo digo en serio. Por último hacerse jesuita o prevencionista de riesgos, pero ni cagando tener que oler de nuevo el culo hediondo del ego académico. Ese culo que se pavonea al son de Gramsci, de Hall y de Ranciére, pero que se empedorra como Hayek con cagadera. Que se la morfa doblada como todo académico joven y emprendedor que lee a Žižek o a Castoriadis.




de “Alargue” (3era parte)

Cada tanto, me veo con mis viejos y hermana, alrededor del brasero, tomando té y comiendo encebollado. Ahí estamos los cuatro, mirando la tele o escuchando en la mañana la voz de Sergio Campos. Cada tanto, me siento junto a ellos y me entibio las manos, le pido una vez más a mi hermana que salga conmigo a jugar al patio, y veo una vez más llegar a la casa a mi viejo, cansado, de aquel trabajo mierda que tuvo por treinta años. Pero por suerte, y sentado entre ellos, también escucho a mi madre, feroz como leona vociferando, sin un ápice de duda: estos milicos desgraciados. Nunca quemamos un neumático en dictadura y la mejor resistencia que pudimos hacer desde el campo no tuvo que ver con una bandera, sino (entre inquilinos cagados de miedo y patrones de fundo armados) el no haber perdido, ni por un minuto, la consciencia.








Nibaldo Acero (San Miguel, 1975) es futbolero, profesor y académico, también es activista social y político. Se graduó de doctor en literatura por la Universidad Católica de Chile y ha sido docente en diversos colegios y universidades. Publicó los poemarios Melinka (2004) y Por el corazón o la verga (2010), y en narrativa las novelas Guía satánica de Gerona (2013) y Gol de oro (2017). En el ámbito del ensayo, fue uno de los editores y coautor de la investigación Vestigio y especulación. Textos anunciados, inacabados y perdidos de la literatura chilena (2013), y del libro recientemente publicado en México, La ruta de los niños rojos. La poética de Roberto Bolaño (2017). En la actualidad, se desempeña como director de la ONG SaviaSur, y como docente en organizaciones sociales y en dos facultades de educación.   

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